viernes, 30 de marzo de 2018

Boliche del Calicanto

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                       Toda publicación la hago después de la introducción de 
                                       "A Güemes, con otra mirada afectiva".

          Barrio Güemes, moderno con huellas del pasado. Hay mucho que decir y mucho que contar, con el aporte del El Libro callejero de Pueblo Nuevo, carteles que recuerdan hechos, personajes de carne y hueso y fantasmas que fueron protagonistas de este pintoresco barrio.
           Mi aporte fue sacar fotos de los carteles en mis paseos que hago por el barrio y así surgió el hacerlo en forma de blogger, a través de mis fotos y bibliografía de consulta ir sumando más información del barrio.
          Donde se nota el paso el paso del tiempo, de lo que fue, lo que es y de las huellas de nuestros pasos a través del tiempo, donde queda una parte de ella, reflejado en sus calles y edificios. Quiero mostrar las historias de vida de ciertos personajes que transitaron sus calles, que lo supe por parte por su gente y otra por los carteles y buscando su historia o leyendas populares, allá y hace tiempo.
          Y será oportunidad para recordar y escribir de aquella historia y de sus personajes que hicieron y dejaron tales como la Pelada de La Cañada, "el Chancho" Benedicto, La Gallina Gigante, el Cabeza Colorada, el Farol, o sucesos que marcaron el barrio.
          También quiero decir y agregar que los límites sobrepasan, porque hay lugares donde las leyendas y personajes que hicieron al barrio más allá del El Abrojal, Pueblo Nuevo y hoy Barrio Güemes que en un tiempo fue más extenso.




Boliche del Calicanto



cartel boliche del Calicanto. libro callejero de pueblo nuevo. foto de fondo. alberto p.m.



La Córdoba que fue.

litoral.com  24/09/2015

La nostalgia es la certeza de que algo no volverá a repetirse”.
  Vaya a saber por qué la Córdoba de era así. Tal vez porque la docta ciudad de linaje criollo, colonial y jesuítico todavía se resistía a aceptar la avalancha social de las industrias.
  A lo mejor fue por eso que la vieja ciudad de Jerónimo Luis de Cabrera se fue refugiando en sí misma en las antiguas casonas solariegas de amplias galerías y patios emparrados. En los conventillos de la calle Igualdad, en los bodegones trasnochados próximos al Mercado Norte, en los corsos de carnaval en San Vicente y en las madrugadas con guitarreadas en barrio Alberdi.
  La Córdoba de antes buscó su noche en las peñas, que no eran para turistas ni tilingos, sino para compartir el vino, la empanada, el canto y la guitarra en un ritual de hombres de gestos parcos.
  La Peña de El Foro, cerca de Tribunales, a orillas de La Cañada, era la más antigua y la más visitada por la “patrulla” policial, que a altas horas de la noche solía desembarcar para llevarse a algún parroquiano sin documentos o con cara de prontuario.
  Sobre calle 27 de Abril, estaba la Peña del Pilar, la más politizada, donde en algún momento de la velada volaban las jarras de vino con forma de pingüinos, zanjando diferencias ideológicas evidenciadas en la letra de una canción.
  En El Rincón Santiagueño, de calle Caseros, eran famosas las empanadas. Y en El Rincón Mendocino, de calle Trejo cerca de la Universidad, era bueno el vino.
  Y en esa Córdoba que se resistía a cambiar, vivía la leyenda noche a noche, todas las noches. La leyenda del bandoneón de Ciriaquito Ortiz, de las canciones de don Edmundo Carlos, de los cuentos del “Cabeza Colorada”, de la “Pelada de la Cañada” -enloquecida por amor- que vagaba asustando a los transeúntes con su aspecto fantasmal.
  De “La papa de Hortensia”, una mujer de edad incalculable que mendigaba en las calles e insultaba con gritos a los que eran poco generosos, haciendo gala de un amplio repertorio de malas palabras.
  La leyenda de esa Córdoba mágica era por cierto “Jardín Florido”, paseando por el centro. Once de la mañana de un día cualquiera, por la peatonal de 9 de Julio y Rivera Indarte. Un personaje de mediana estatura, entrado en años, caminaba displicente. Llevaba galera en su cabeza, anteojos, bastón con una bola de marfil por empuñadura, vestía frac negro con una flor artificial en el ojal. Al cruzarse con una cordobesa joven y bonita, se sacaba la galera y le regalaba un piropo de su cosecha o algún verso de Rubén Darío. Era un inmigrante italiano llamado Fernando Albiero Bertapelle. Estaba jubilado y vivía en Alta Córdoba, cerca del Colegio Corazón de María. Todos los días, con sol o con lluvia, tomaba el tranvía y se iba al centro. Nunca le cobraban el boleto. Siempre cedía el asiento. Era Jardín Florido.
  Y esa Córdoba era también el Chango Rodríguez. Hosco, malhumorado, pensativo, encerrado en sí mismo. Lo vi una noche en un bodegón de la seccional 2ª, frente al Mercado. Estaba solo, sentado en una mesa alejada del mostrador, con un vaso de vino. Traje negro, camisa blanca, corbata oscura. De pronto, como obedeciendo a una orden de su alma atormentada, a una necesidad incontrolable, tomó la guitarra que tenía sobre una silla y comenzó a cantar. Era un gran guitarrista, un virtuoso. Decía, más que cantaba, con una voz aguardentosa de matices tristes. Arrancó con Zamba de Alberdi. Y siguió.Y en su voz, decía la vieja Córdoba toda su angustia.
  Lejos del estruendo de los escenarios y los festivales, de los mercaderes del “folklore”, el Chango le cantaba al Calicanto que estaba en la calle Belgrano y La Cañada, donde había ido Carlos Gardel a cantar acompañado por Ciriaco Ortíz y el Cabeza Colorada por el año '30, y el viejo Barrio El Abrojal donde el “Negro La Juana” correteaba de niño, a la Plaza Colón que ya no albergaba los “Mateos” y sus caballos.
  Y los hombres de traje oscuro y pelo engominado, los “fiolos” de la seccional segunda, las prostitutas con parada en la calle Libertad, y los pibes que queríamos hacernos hombres, esa noche guardamos religioso silencio, para escucharlo.
  Y esa noche, el bodegón no cerró sus puertas hasta la madrugada. Hasta que el Chango se levantó de la mesa y con la guitarra bajo el brazo caminó con paso inseguro hasta la salida, murmurando un “buenas noches” a todos y a nadie.
  Esa Córdoba se fue, como se suelen ir todas las cosas buenas de la vida. Le dejó su lugar a la ciudad febril de los bancos, de los shoppings, del fast food, de las torres con departamentos. Pero, quizás, en el patio de algún viejo conventillo que se olvidaron de demoler, haya quedado algún eco del “fueye” de Ciriaco, de la guitarra de Carlos, o de la voz del Chango Rodríguez. Empecinados en no irse. En quedarse para siempre.


chango rodríguez, luna cautiva y donde sería el boliche calicanto. alberto p.m.




ubicación de los carteles. boliche del Calicanto sobre calle belgrano y la cañada. alberto p.m.


Ingresó al Colegio Seminario Ntra.Sra.Loreto

El 4 de noviembre de 1866 fue ordenado sacerdote. Primero desempeñó su ministerio sacerdotal en la Catedral de Córdoba  y fue pr...

A Güemes con otra mirada afectiva.